1.TENGO MIEDO… SR AGENTE (junio del 2007)
Siete angustiosos días, 168 eternas horas, 10.080 interminables minutos, 104.800 fatídicos segundos. Para los agentes de la comisaría, el SAF (Servicio de Atención a la Familia) y los Juzgados de León el tiempo se ha detenido como por arte de magia, pero para la vida de María -me van a permitir que utilice un nombre falso- el movimiento de las agujas del reloj anuncian una cuenta atrás.
El pasado sábado cincuenta llamadas amenazantes alertan a María de que su ex pareja está desempolvando de nuevo la guillotina del garaje, aquélla que la tuvo bajo su yugo (cuchilla) ocho angustiosos años y de la que consiguió zafarse hace cinco meses. La guillotina de aquel que en 2003 se atrevió -porque la sopa estaba fría- a golpearla durante más de una horas, bajarla a rastras las escaleras de su casa, atarla las muñecas con cuerdas e introducirla en el maletero de su coche para que se desangrara.
En aquella ocasión María perdonó a su verdugo por miedo, por amor, por ceguera o por ese sentimiento de culpabilidad que embarga a toda víctima de malos tratos… Hoy, la historia se repite.
El sábado María marca mi teléfono - perdóneme que me inmiscuya en este historia donde la realidad supera a la ficción: “Sé que es mi culpa. Tengo miedo. He recibido 30 llamadas de José al teléfono fijo de mi madre y a mi móvil. Me está amenazando de nuevo, tengo miedo”.
Su amiga la convence para que ponga una denuncia y ambas se reúnen mientras caminan sin dejar de mirar atrás. Un agente las conmina para que suban al segundo piso y la formulen ante el SAF pero, craso error. El Servicio de Atención a la Familia no está operativo los sábados, como si la violencia de género se fuera de vacaciones los fines de semana. Descienden las escaleras confundidas y un policía las invita a entrar. Dice no estar especializado en malos tratos, pero lo cierto es que no sabe ni accionar la teclas del ordenador de su mesa.
La amiga empujada por la desesperación termina ayudando al policía a escribir y cortar un párrafo porque, según el policía, queda mejor redactado y, tras una hora y media surrealista, el agente consulta el caso con su superior. “Sin agresión física no se puede hacer nada”. Para tranquilizar a María el agente le replica que la entiende y que si fuera su hija cogería una escopeta. La joven llora y se revuelve en la silla, le suplica al policía que haga algo. “Tengo miedo señor agente”. “Tú tranquila. Hoy es sábado ¿verdad? El lunes o el martes te llamará del SAF y todo se arreglará”.
María llora, su amiga sale de las dependencias policiales para llamar a su abogada y acudir al juzgado de urgencia en busca de protección que a esas horas -siete de la tarde- también está de vacaciones de fin de semana. Su amiga decide impotente tratar de calmar los nervios de la joven con una tila, pero el teléfono vuelve a sonar.
Su amiga coge el celular aun a sabiendas de que es el verdugo y, le explica que no vuelva a llamarla. Él, afilando su guillotina, responde que se guarden porque las va a matar a las dos, “por hijas de puta”. Pero no se amedrenta, sabe que el maltratador huele el miedo como un sabueso que busca su premio. “A diferencia de María no te tengo miedo. Quiero que sepas que te hemos denunciado poniéndote en el lugar que te mereces”.
Por último, quiero que sepan que desde entonces, siete angustiosos días, 168 eternas horas, 10.080 interminables minutos, 104.800 fatídicos segundos, María y su amiga siguen mirando hacia atrás cada vez que van a comprar el pan, que desde el sábado los agentes de la policía Local, los del SAF y los jueces de los juzgados de León siguen de puente. Que la nueva Ley de Violencia de Género es un engaño, porque sino no moriría cada día una mujer en España y que si María muere o es golpeada de nuevo, ustedes serán los únicos responsables. Me río del último eslogan del Ministerio de Asuntos Sociales. Se acuerdan: “Porque ella dijo basta, porque en las últimas 48 horas ya tenía una orden de alejamiento“. ¿Cuántas mujeres tienen que morir más, señores?
Siete angustiosos días, 168 eternas horas, 10.080 interminables minutos, 104.800 fatídicos segundos. Para los agentes de la comisaría, el SAF (Servicio de Atención a la Familia) y los Juzgados de León el tiempo se ha detenido como por arte de magia, pero para la vida de María -me van a permitir que utilice un nombre falso- el movimiento de las agujas del reloj anuncian una cuenta atrás.
El pasado sábado cincuenta llamadas amenazantes alertan a María de que su ex pareja está desempolvando de nuevo la guillotina del garaje, aquélla que la tuvo bajo su yugo (cuchilla) ocho angustiosos años y de la que consiguió zafarse hace cinco meses. La guillotina de aquel que en 2003 se atrevió -porque la sopa estaba fría- a golpearla durante más de una horas, bajarla a rastras las escaleras de su casa, atarla las muñecas con cuerdas e introducirla en el maletero de su coche para que se desangrara.
En aquella ocasión María perdonó a su verdugo por miedo, por amor, por ceguera o por ese sentimiento de culpabilidad que embarga a toda víctima de malos tratos… Hoy, la historia se repite.
El sábado María marca mi teléfono - perdóneme que me inmiscuya en este historia donde la realidad supera a la ficción: “Sé que es mi culpa. Tengo miedo. He recibido 30 llamadas de José al teléfono fijo de mi madre y a mi móvil. Me está amenazando de nuevo, tengo miedo”.
Su amiga la convence para que ponga una denuncia y ambas se reúnen mientras caminan sin dejar de mirar atrás. Un agente las conmina para que suban al segundo piso y la formulen ante el SAF pero, craso error. El Servicio de Atención a la Familia no está operativo los sábados, como si la violencia de género se fuera de vacaciones los fines de semana. Descienden las escaleras confundidas y un policía las invita a entrar. Dice no estar especializado en malos tratos, pero lo cierto es que no sabe ni accionar la teclas del ordenador de su mesa.
La amiga empujada por la desesperación termina ayudando al policía a escribir y cortar un párrafo porque, según el policía, queda mejor redactado y, tras una hora y media surrealista, el agente consulta el caso con su superior. “Sin agresión física no se puede hacer nada”. Para tranquilizar a María el agente le replica que la entiende y que si fuera su hija cogería una escopeta. La joven llora y se revuelve en la silla, le suplica al policía que haga algo. “Tengo miedo señor agente”. “Tú tranquila. Hoy es sábado ¿verdad? El lunes o el martes te llamará del SAF y todo se arreglará”.
María llora, su amiga sale de las dependencias policiales para llamar a su abogada y acudir al juzgado de urgencia en busca de protección que a esas horas -siete de la tarde- también está de vacaciones de fin de semana. Su amiga decide impotente tratar de calmar los nervios de la joven con una tila, pero el teléfono vuelve a sonar.
Su amiga coge el celular aun a sabiendas de que es el verdugo y, le explica que no vuelva a llamarla. Él, afilando su guillotina, responde que se guarden porque las va a matar a las dos, “por hijas de puta”. Pero no se amedrenta, sabe que el maltratador huele el miedo como un sabueso que busca su premio. “A diferencia de María no te tengo miedo. Quiero que sepas que te hemos denunciado poniéndote en el lugar que te mereces”.
Por último, quiero que sepan que desde entonces, siete angustiosos días, 168 eternas horas, 10.080 interminables minutos, 104.800 fatídicos segundos, María y su amiga siguen mirando hacia atrás cada vez que van a comprar el pan, que desde el sábado los agentes de la policía Local, los del SAF y los jueces de los juzgados de León siguen de puente. Que la nueva Ley de Violencia de Género es un engaño, porque sino no moriría cada día una mujer en España y que si María muere o es golpeada de nuevo, ustedes serán los únicos responsables. Me río del último eslogan del Ministerio de Asuntos Sociales. Se acuerdan: “Porque ella dijo basta, porque en las últimas 48 horas ya tenía una orden de alejamiento“. ¿Cuántas mujeres tienen que morir más, señores?
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