jueves, 13 de diciembre de 2007

Unas cuantas mujeres entran y salen aterrorizadas de los refugios en un par de ciudades palestinas. Son casas que no llaman la atención y que jamás hubieran querido descubrir. Pero allí permanecen días, semanas o meses. Sólo un puñado de feministas conoce la identidad de esas mujeres que temen que su destino está ya escrito: morir a manos de algún pariente. Corren un peligro cierto. Pueden acabar como las hermanas Nahed, Suha y Lina.

La relación prematrimonial y el adulterio 'sólo' afecta a las mujeres
Hay quien paga a un familiar para que asesine a la causante de la deshonra. Desfigurados sus rostros a cuchilladas, y degolladas, los cadáveres de Nahed, Suha y Lina -la menor, de 16 años; la mayor, de 22- fueron sepultados por varios hombres en el cementerio de Deir el Balah el 21 de julio. Alguien les vio, y la policía desenterró los cuerpos para trasladarlos al Hospital Shifa de la ciudad de Gaza.

En Kalkilia (Cisjordania), el 25 de octubre, los agentes hallaron a dos hermanas muertas en su casa y a una tercera mujer en un vertedero. Nadie dudó de que sufrieron los efectos de una tradición tan arcaica como brutal: los crímenes de honor. La familia es un pilar básico en los países árabes, y esa reputación depende en gran medida de la respetabilidad de sus mujeres.

Las relaciones sexuales prematrimoniales o el adulterio se castigan a menudo con crueldad estremecedora. A veces basta con la sospecha. Claro está, siempre que sean ellas quienes quebranten esta norma de una sociedad patriarcal que nada hace por atajar estos desmanes.

Un pequeño grupo de personas se empeña, contra corriente, en denunciar tales atrocidades. Raji Sourani, presidente del Centro Palestino por los Derechos Humanos, y su ayudante, Mona Shawa, son de los pocos que combaten la lacra. El resto es un muro de silencio, aunque todos coinciden en las causas. "La ley vigente castiga con un máximo de dos años de prisión a quien comete un crimen de honor. En ocasiones existen denuncias, pero lo habitual es que los hombres confiesen. Se sienten orgullosos. El precio a pagar es soportable", señala Sourani.

Las costumbres más conservadoras ganan arraigo paulatinamente en la sociedad palestina desde hace tres décadas. "Cuando preguntamos a las mujeres si estarían dispuestas a denunciar los malos tratos, se niegan porque están atenazadas por el miedo. Además, dicen que no es adecuado para ellas presentarse ante la policía o los tribunales", lamenta Shawa. También la islamización de Cisjordania y Gaza avanza imparable, aunque todos apuntan que los crímenes de honor no pueden vincularse con la práctica religiosa. "Mire, yo procedo de un partido marxista, el Frente Popular para la Liberación de Palestina, y le digo que estos asesinatos nada tienen que ver con el Islam. Es más, muy rara vez los autores del crimen son personas religiosas. Es una cuestión cultural que afecta a los estratos más pobres de la sociedad", explica el laico Sourani.
"Los crímenes", añade Sha-wa, "están relacionados con una cultura que vincula el honor con la mujer. Se han registrado casos en los que la madre ha ordenado la muerte de su hija, y a veces se paga a algún familiar para que asesine a la causante de la deshonra..."

En las calles de Gaza pueden observarse maniquíes con minifaldas, pero las mujeres ni se atreven, ni desean vestirlas en lugares públicos. Se utilizan exclusivamente para los ojos de los esposos, como la lencería sugerente expuesta en los escaparates. Una joven que acudía recientemente a una boda tuvo que cambiarse en el último minuto porque su hermano le prohibió el vestido que ella había elegido: un traje pantalón. Abdelkarim Khalut es el muftí de Gaza, la autoridad religiosa a la que acuden hombres y mujeres para resolver disputas comerciales, o recibir consejo sobre materias espirituales o mundanas. En su mezquita del centro de Gaza explica los casos en los que la pena de muerte debería ejecutarse. Entre ellos, el adulterio. "Para certificarlo es necesario que cuatro hombres sean testigos directos del acto sexual, lo que no ha sucedido nunca en la historia, o la confesión de la acusada". Y raudo precisa: "Pero también si es un hombre el que lo comete. Y por supuesto debe ser un juez quien dicte la sentencia. La ley y las reducidas condenas fomentan estos delitos".

Las estadísticas no son de fiar. En 2005, se tuvo constancia de cinco crímenes de honor; en 2006 se elevaron a 12, y en lo que llevamos de año son ya 13 en Gaza y 11 en Cisjordania. Porque en este río revuelto amparado por la ley del silencio más obtusa no faltan quienes tratan de sacar provecho de la legislación. "Hay casos", subraya Shawa, "en que los informes médicos acreditan que las víctimas eran vírgenes. Otros asesinatos obedecen a motivos bien diferentes, pero los acusados alegan que se trató de un crimen de honor para beneficiarse de las breves condenas. La sociedad lo acepta. Sólo se mitigará esta costumbre con educación y con sentencias mucho más severas".

Mientras, unas pocas decenas de mujeres no tienen más remedio que vivir en la clandestinidad, conscientes de que padecen el más completo desamparo. Los crímenes de honor tardarán demasiados años en desaparecer. Zoraida Abed Husein trabaja en el Centro de Mujeres para el Asesoramiento Legal y Social, en Ramala, y sabe de refugios en Belén y Nablus. Las feministas planean inaugurar uno más en Jericó. "Lo siento, pero no puede visitarlos. Ni siquiera hablar con mujeres afectadas porque tienen pánico a ser descubiertas. A veces acuden con sus niños a esos refugios, pero también se esconden en las viviendas de amigas", comenta apesadumbrada por el nulo interés de los dirigentes políticos. "Se lo planteamos a la Autoridad Nacional Palestina", afirma, "pero no es un asunto que les preocupe. Sólo están pendientes del conflicto con los israelíes".

En Gaza es peor. Ni siquiera disponen de un lugar en el que guarecerse. "La franja es minúscula, todo el mundo sabría dónde se encuentra el escondite y cualquiera podría ir y matarlas", sostiene Shawa.

Las escasas feministas activas añoran la pasada década, cuando Yasir Arafat estableció la Autoridad Nacional Palestina, en 1994, y las instituciones comenzaron paulatinamente a cumplir su función. "Existía cierto orden, los policías y jueces podían trabajar. Y nosotras hablábamos con tranquilidad. Sembramos una semilla. Pero desde la invasión israelí de los territorios ocupados (en 2002) las instituciones se han hundido, el ambiente se ha teñido de más violencia y la semilla fue aplastada.

La ocupación ayuda a acentuar los aspectos más negativos de la cultura machista. Ahora es muy difícil alzar la voz", apunta la feminista de Ramala. Los efectos de esta marcha atrás perdurarán, porque el muro de hormigón que separa Cisjordania e Israel también es nocivo para la lucha por la igualdad de los sexos en Palestina. "En tiempos de Arafat", concluye la activista Abed Husein, "el número de niñas que asistían al colegio era igual al de los niños. Incluso en las universidades el porcentaje de mujeres era ligeramente superior. Muchas madres me cuentan ahora que sólo envían al colegio a sus hijos.

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